Nos queremos mucho,
proclamaban, recorremos juntos
un camino singular, el agua, la nostalgia, los olvidos,
todo a medias aunque sin cortar en trozos,
a veces uno le decía al otro:
el dolor cómo lo quieres, con jengibre
o con ralladuras de limón,
y se quedaban mudos mirando hacia lo alto;
un día el mal de piedra los sorprendió dormidos
y así los perpetuó, cursis y austeros,
en el transepto de la catedral.
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