Hay un momento con sabor
en la quietud de la mañana, huele a sol,
campea sobre las baldosas ese brillo otoñal
con que los árboles enfermos tratan de engañar al frío,
la luna vuelve de su prosequitur nocturno,
mira hacia el oeste y acelera su declive final
como si se acordara de repente de algún peligro oculto,
nada que desde arriba pueda pasar inadvertido,
la niebla, la tozudez del ábrego o las nubes
que van llenando lentamente el pastizal del cielo
trasformadas en vacas de algodón,
dentro del perímetro acotado por las isobaras
con que se cierra el telediario.
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