viernes, 13 de octubre de 2023

"¡Infelices! ¿Qué dios es ese al que pretendéis atar, tras haberlo capturado, poderoso como es? Pues ni siquiera puede soportar su peso la nave bien construida. De seguro que éste, o bien es Zeus o Apolo el del arco de plata, o Posidón, puesto que no es semejante a los hombres mortales, sino a los dioses que poseen olímpicas moradas". Eso se oyó en el claustro, pero no llegó a la celda donde ya reinaba el ladrerío del carnaval mortificado por las abstinencias

 

  (Himno VII, A Dioniso. Himnos homéricos, Ed. Gredos)




Cómo ese ruido a cacerola de aluminio

y su fulgor sumiso al estropajo

pueden hacer que flote, que levite sin peso

la cotidiana euforia

y acabe convertida en arrebato místico,

café con marihuana, dicen, luces 

del neón primigenio entre los dedos trémulos del santo,

locuaz intermitencia en el abdomen en celo 

de una saturnal luciérnaga,

cómo rimar la incandescencia fría de la meditación

con ese fuego fatuo de la enfermedad

cuando coincide en la pared la imagen de algún dios menor

con el fray Juan de la cocina, su síndrome colgando

de un destello oscuro de la divinidad.

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