Llegó arriba el cuchillo
y el ejecutor bajó de planta
para mirar a ras de suelo el sacrificio,
no encontró la equivalencia entre su voluntad y el despilfarro
de eficacia,
ni el arma ni la víctima, ni las paredes y baldosas del recinto
cumplían con el estricto protocolo del ceremonial,
se preguntó por qué y dedujo
que la sangre era el único lirismo
en la plana vorágine de aquel escenario,
por eso renunció al aplauso, echó el telón
y en el espeso terciopelo que armonizaba el rojo con el rojo
se limpió la sangre de las manos.
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