domingo, 9 de abril de 2017

Quiá

Recuerdo que intenté cargar en aquella palabra poderosa toda mi energía negativa para hacer frente al abismo que de pronto se había abierto en derredor. De nuevo el humor otoñal del cacique se manifestaba trazando aquel destino zigzagueante que más parecía obedecer a la caprichosa melancolía de un enfermo que al cierre planificado del gran círculo que ha de preservar el desarrollo de la vida.
Dije exagerando, aunque convencido: Quiá. Así en seco y sin apoyaturas, confiando acaso en que la vejez (no exenta de novedad) de la palabra le hiciera entrar en duda, un solo instante de atención sería suficiente para que la protesta tomara cuerpo ante su esponjosa ubicuidad y el infinito nimbo donde reinaba sin oposición empezara a mostrarse en dos mitades, la suya frente a la de los demás.
Era como poner en marcha toda la rebeldía pacífica de que es capaz un ser sometido a la rígida liturgia del amo y el esclavo, aunque, al hacerlo, ya era conocedor de las consecuencias, entraría en el terreno oscuro, expuesto a la furia vengativa de una mitad y a la desconfianza temerosa de la otra.
Habría de aceptar la soledad y el silencio que esta impone. Ni reuniones al final de la jornada ni apenas el esbozo de un saludo camino del terreno de labor. La ausencia de familia y el merodeo como recompensa por mirar en dirección distinta a la marcada.
Pero había pronunciado la palabra.

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