miércoles, 12 de abril de 2017

Destierro.

En esta situación tan confusa pensé que a destierro andador podría perfectamente corresponder desaire volandero, como desarraigo responde de algún modo a raíz y desgarro a despojamiento producido con violencia, en el siempre bien pensado equilibrio de opuestos o contrarios. Y ¿habría que nombrar como desagüe el resumen punitivo del desierto, o cómo desfogue el resultante de una abortada condensación de llamas?
Para qué preocuparse. La confusión es esencial, vive dentro de nosotros y azuza los ingenios para que la certeza no se adueñe de manera pétrea del sentir, que siempre quede alguna encrucijada como los brotes en las plantas, garantes de que la vida siga propagándose sin guión ni teologías.
Miro este cielo desvaído, trato de oír sin éxito el tic tac de mis pisadas y, ante la duda de si estoy en marcha, me siento a poner en orden mis pensamientos, lo primero saber si hay libro de ruta, si he pactado con mi activa disconformidad algo provisional para hacer soportables las horas de camino, si las jornadas ya vienen decididas por algún reloj nutricio o es el ayuno quien mantiene la tensión hasta la caída de la luz, si, ya en oscuridad, debo encender hoguera o resignarme al frío de la noche como a natural acogimiento.
Haré el camino demorándome, con atención y ademanes que podrían recordar a la autóctona serpiente, la original, la sabedora de todos los secretos, incluidos aquellos que aún no han sido sometidos al contraste de ojo alguno, Para sabia ella, fruta de desierto y pedregal, guardiana de alternativas primaveras que han de administrar las humedades necesarias para que el fruto se nos muestre en el momento justo, ni antes ni después, en un perpetuo y demorado otoño nunca sujeto a presagio equinoccial.

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