Arreos de batalla
Lo fácil es
que espuela toque pelo,
sin sangre todavía,
no dolor, no caballo
ardiendo como surtidor
de cómic bárbaro.
Homero amaba los caballos, era
el auriga ciego y sin ramal
del aire encabritado, potro
de la imaginación,
y Aquiles, el infante
de pies ligeros recogía
el oro de las dunas
al cepillar por las mañanas
el sueño transpirado
en las brillantes ancas
de Janto y Balio, sus iguales.
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