Emblema
Los adobes
traían en cuadrículas el alma
tan seca y dilatada de los páramos.
Allí estaba la luz, el habla
lacónica del campo, la muralla
de una antigüedad vecina, todo
envuelto en barro y paja como
para regalo a los viajeros
que van de paso y quieren sólo
agua, mucha agua, toda el agua
que ha de saciar el espejismo.
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