En la curva sin fin
De esa amarilla inundación de la meseta
viene el topónimo marino, aguas
segadas por el oleaje
que una estación algo cansada
instala en su testuz a modo de cuchilla,
incluso puedes
oír su traqueteo en las soleadas
mañanas de perdiz y alondra
o dibujar en la memoria
el humo del motor subiendo
la pendiente entre viñas, a la hora
puntual del aleluya
con la bota de vino
colgándote del hombro.
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