viernes, 10 de marzo de 2017

La espada

El cerco iba estrechándose en torno a aquella especie de rumor de enjambre que salía del montículo de tierra. No eran seres corporales, sino presencias esforzadas en busca de respuesta. En realidad buscaban restablecer el equilibrio, puesto que el rumor iba en aumento y, de seguir creciendo, amenazaba con romper el armonioso balanceo  del silencio en el lugar. Habían cesado los trinos de los pájaros y los demás sonidos naturales parecían haber cedido a la escucha.
De repente, sin nube precursora, ni viento en ristre, llovió sobre la terrosa joroba del termitero una furia de chispas y metal, levantando una nube de polvo colorado.
Larga pausa con silencio. Visión borrosa todavía.
Mucho más tarde pudo verse con nitidez una espada gigantesca clavada en el corazón del promontorio. Los pájaros volvieron a cantar y al menos el ruido del arroyo volvió a oírse.

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