domingo, 19 de marzo de 2017

Merkajardín

A lo lejos se percibe aún el polvo que levanta su atropellado caminar. Va sin rumbo fijo, aunque pretenda demostrar a quien le azuza lejos del refugio que conoce el camino y que se aleja voluntariamente de la única zona donde la vida es sostenible. Él no huye. Nunca le dará la espalda, Irá hacia el este, por llevar la contraria al que decidió el curso del río, como despreciando la ancestral sabiduría que traza los caminos pensando en los oasis. Igual que a un asesino le han marcado la frente con almagre para simbolizar la sangre acusadora que ni siquiera ha vertido, se ha limitado a derribar a un lacayo con un golpe certero, de especialista  en alimañas merodeadoras del terreno de labor. Con eso no se mata a nadie, va pensando, y la mancha que simularon en el suelo es una torpe  imitación del ocre con que se embadurna a los muertos antes de enterrarlos para ayudar a momificar las partes blandas.
Mientras se aleja piensa en la familia. ¿Hermanos? No conoce más que a dos, y al que dicen que ha matado nunca antes lo había visto. Pero es lo que hay y ahora debe alejarse lo suficiente para que los sicarios no descubran su escondite y pueda levantar de nuevo sus sembrados. Volverá a sembrar la duda entre los habitantes del jardín y la tentación de las escapadas nocturnas para comprarle sus productos será una nueva demostración del fracaso de los monopolios.

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