miércoles, 29 de marzo de 2017

Lo que finge la verdad

A estas alturas y todavía me cuesta conciliar el sueño. Cuento los días como ofensas y no sé dónde encontrar reparo a este desaliento. Las fuerzas no me faltan, ni los impulsos, pero progreso sin estorbo y eso convierte mis urgencias en preguntas que ni me planteo contestar. Camino con tanta decisión como desconocimiento de un destino y no admito vallas o fronteras poniendo fin a la anarquía de mis jornadas. Ni sol ni sombra ni lluvia o vendaval se oponen a esta naturaleza sin raíz que me sostiene.
Y que nadie tuerza el gesto a mi llegada pensando en el embuste de la maldición. La tierra sigue dando frutos y ningún terreno se agostó porque su dueño me diera cobijo alguna noche. Por menos he sacado mi cuchillo, y aunque nunca llegué a usarlo contra gente, luego he de arrepentirme por el pavor que eso provoca, más incluso cuando se propaga entre los pobladores y va cargándose de añadidos que nunca sucedieron.
No hay peor maldición que la leyenda, que tus propios iguales desconozcan y no quieran conocer la realidad. Así las cosas, siempre surgirá alguien interesado en que lo desconocido sea interpretado en una dirección, en vez de entenderlo llanamente como sucedió, sin maldades villanas ni heroísmos, porque la vida rara vez llega a esos extremos, salvo que alguien o algo le salga el paso con ímpetu enemigo. Y eso a nadie se lo admito, por más alardes que haga de poder.

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