sábado, 18 de marzo de 2017

La fábula oscura

Ocurrió de repente, sin darme cuenta a medida que avanzaba en el bosque me vi rodeado por hormigas. Eran cientos, miles, millones y parecían crecer por partenogénesis, a la manera de las células autónomas en un organismo enfermo. Todo el verdor a la vista se tornó grisáceo, luego terroso, después marrón, hasta acabar en negro, atacado por un ejército circular a la busca furiosa de alimento. El suelo parecía temblar con un silencio audible y el olfato se encargaba de trasmitir unas ciegas alarmas activadas por el miedo. ¿Huele así la muerte o sólo es alta concentración de ácido fórmico? Busqué la ayuda de alguien cercano y no había nadie por allí. Intenté gritar y la voz no funcionaba, como si el olor espeso que lastraba el aire impidiese la propagación de los sonidos. En poco tiempo todo el suelo alrededor se transformó en un hervor hostil y, como recurso defensivo, se me ocurrió trazar un círculo en la arena en cuyo centro me situé, un foso de mínimo relieve que, sin embargo, pareció contener el avance de aquella oscura amenaza.
 Los siguientes minutos los pasé viendo cómo un cerco de inquietas mandíbulas y antenas iba formando pared en torno a mí. E imaginé futuros, hambres crecientes, recursos menguantes, guerras de troje e intendencia, soledades globales puestas en cuestión por el autismo tecnodigital, como si de otro denostado cambio climático se tratase.
No sé si ya han pasado esos minutos.

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