No queda nada
La noche tiende un cerco
sobre el aura caliente del rebaño,
las esquilas tiemblan
como aristas de hielo,
un cielo de grava se derrama
sobre el acre olor a estiércol,
hay garras atentas de gramínea
entre el sueño y la espera interrumpida
por un latido sordo de mastines,
volver un día a la pradera
celeste con los pies heridos
por el cristal de la memoria.
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