(Sigue abierta la historia)
En monteviejo, tras la curva,
un albor de huesos, las astillas
que ya nada iluminan,
ni calor ni luz ni siquiera
el fatigado olor a miedo que les hizo
añicos, se doblaron
sobre su inflexible humanidad,
rompieron
su atuendo de rutina y renunciaron
a la hospitalaria pana
de los surcos recién abiertos,
ellos
no eran granos de sufrido cereal
y no tuvieron
la misericordia de la tierra
para volver a florecer.
En monteviejo, tras la curva,
un albor de huesos, las astillas
que ya nada iluminan,
ni calor ni luz ni siquiera
el fatigado olor a miedo que les hizo
añicos, se doblaron
sobre su inflexible humanidad,
rompieron
su atuendo de rutina y renunciaron
a la hospitalaria pana
de los surcos recién abiertos,
ellos
no eran granos de sufrido cereal
y no tuvieron
la misericordia de la tierra
para volver a florecer.
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