Una pared de libros,
no una biblioteca, un bosque
de sabiduría de papel,
el aire
se despereza y sufre
el vahído del vértigo
ante el páramo blanco de lo desconocido,
de la pared emergen
rostros de asombro, cruces
fijos de mirada, -qué buenas
nuevas has de ver, cieguito-,
usa cualquier pretexto contra el ojo
que se conforma con mirar.
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