Llovió mucho aquel otoño,
luego vino el sol y todo el campo
se llenó de setas,
echábamos a suertes
quién habría de leer las runas
de la fórmula mágica para la recolección,
la luna quieta,
los árboles ensombrecidos
con el bronce senior del temor
y la campiña abierta como boca
de lobo anochecida,
me tocó a mí el breve recitado
que afloja al arco del veneno
y me quedé a dormir en la herradura
verdosa que las amanites
suelen reservar a los miedosos.
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