A la salida se formaban grupos,
se hablaba entre susurros
como en las iglesias, nada
que no necesitara de un intérprete
o de un gesto de las cejas dando
a entender lo que ninguno en sus cabales
se atrevería a decir abiertamente,
no se fumaba porque el humo
llega a donde quiere y suele
propagar indecencias o diagnósticos
de cáncer de pulmón.
Al final sólo se oía
el claudicar de los bastones
sobre el enlosado de la plaza.
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