miércoles, 17 de abril de 2024

Se reservó esa música para dar al aire un color de combate, la cólera inocente del tambor, los ajustados golpes sobre el madero hueco de un ébano antiquísimo en nada inferior a una campana; se acudía en masa a la explanada a contemplar los tres montones de cabezas enemigas, cocos de color marrón y plumas de marabú rematando las estacas que sostenían la clemencia de las hojas de palma

 



Mujeres de barro,

llevan un cántaro en la cabeza, fluyen

por el arenal en busca de ese río, pozo, manantial,

en sus tobillos brillan las ajorcas de marfil,

rumor hondo de aljibe, consuelo de sí mismo,

tener sed y usar la vereda de los elefantes,

no es eso un animal, no es eso un árbol

pero flota en el aire, lo sostiene un remolino,

ojo al engaño gris de la distancia, a sus temblores místicos,

los pies deben estar sobre la tierra, 

los ojos asomándose a los flecos del pañuelo como oración, 

como canción profana, como rumor de arroyo 

o como profecía que va a cumplirse paso a paso.



Zona B:

Dejemos de suministrar armas a los contendientes y se acabarán las guerras. Si alguien quiere guerrear que se fabrique la honda, el arco o la cerbatana. Pero sobre todo deberá fabricarse un enemigo que le permita practicar con su demencia.

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