miércoles, 27 de noviembre de 2019

Sumando a crótalo veneno




La liviandad de aquella virgen,
-esa sí que la armaba- tanta copla
adosada al rozar de los volantes,
suyos sólo dos, los fijos, ambos
pegados al compás del taconeo,

o su imitación del solador repiqueteando
con sordina de goma las esquinas
del aire que se ahoga bajo las baldosas,
-el patio es como el mundo-,

después ya puede ir sola
como un suspiro de humo,
buscando cuesta arriba
la respiración, tirabuzones
y lunares azules,
el mejor lugar para esconderse

y que al final sea sólo
un silencio forzado,
una fingida cicatriz.


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