Afortunadamente
la blanca mano eligió pluma,
aunque mojada en sangre fresca,
cada víspera de fiesta llenaba los tinteros
con la abundancia acumulada
durante la semana, luego
encendía una vela de cera perfumada
y antes de sentarse a trabajar
entonaba una canción de iglesia
a la que previamente
había despojado de su rigidez
cambiándole la letra
por las letanías de un enólogo.
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