Extraña religión la del olvido
que como sangre encharca el corazón
para después perderse gota a gota
por la herida invisible de los años,
el árbol de los credos y los dogmas
se queda en pura rama, deshojado
para soportar sin agonías
los fríos descreídos del invierno,
un templo sin latrías ni miradas
a las alturas, todavía en pie, aunque habitado
por seísmos de oscura intensidad
y las liturgias
recalcitrantes de la repetición,
y, ya al final, la pálida ignorancia
que ni acierta
con los palotes del apodo
que le hizo singular entre los hombres.
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