También recuerdo
el cristal velado en la ventana
tras el cual se vislumbraban
unos ojos lacustres
con síndrome de Down, tomando nota
del minuto exacto y del mensaje
cifrado del motor de los camiones
que bajaban de la mina,
para al final del día hacernos conocer
que entre los trozos
brillantes de antracita y suciedad
se iban llevando poco a poco
el corazón oscuro de los montes.
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