Contra la vejez del orden
son de admirar
esos eternos transgresores. Ciegos
a códigos y normas y a visados
de tampón funcionario, pasan
de un país a otro país, de feudo
mortal a inhóspita frontera
con pernoctación estacionaria,
sin tasas ni aranceles. Así viven
su acracia geográfica y perforan
como polillas del desorden todas
las celulosas notariales, toda
defensa de muralla o foso. Ellos
desconocen su origen, creen
en el viento y usan la distancia
como imán migratorio
y nunca emplean
ni siquiera una jerga sometida
a la ortodoxia de un idioma, trinan
su redundante algarabía y sólo
sus ojos tienen un alcance
universal y permanente.
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