sábado, 9 de diciembre de 2017

Semíramis

Semíramis estaba coloreando
sus párpados de azul. Finas partículas
de un frío lapislázuli subían
por sus venas azules hasta el arco
que consagraba el reino de sus ojos.

Escuché a algún guerrero
cansado de campañas sin heridas
decir que ni los fríos
del desierto nocturno, ni las brasas
crecidas en las márgenes del Tigris
causaban tanta muerte como aquella
oscuridad de fuego congelado,
un acero continuamente alerta
a los signos de vida que se pliegan
sin quejas al destino.

Ese fuego barría
a modo de revista aquella tropa
de hoplitas conjurados
en el amor suicida, hasta que uno,
víctima venturosa, era elegido
para librar un desigual combate
con el magma de un gélido volcán,
(que mi cuerpo sea pasto de los perros
si alcanzo a vislumbrar la luz esquiva
de tu estrella lejana).

Ahora Semíramis,
olvidado el azul, sólo perfila
con una línea asiria su amenaza,
el frío amanecer con que los ojos
te ignoran o señalan.

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