Hasta el gato-cansancio
encumbrado en el éxtasis seráfico
flotaba en una gran burbuja
de celofán, la residencia
de las cosas inútiles y bellas
que a veces recupera la memoria.
Beatífico cojín, en él reposa
sin protocolo el creador
rodeado de criaturas reducidas
a puntitos de luz, jaculatorias
que mañana arderán en su presencia
hasta alcanzar presencia propia.
Y más beato ese cansancio
que desordena su alma y le sumerje
en el tibio sopor dominical
de los desmotivados.
Haya paz, suspiró, y la paz se hizo
un hueco entre las guerras semanales.
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