Allí estábamos todos -todos-, unos
en carne propia, otros atados
a la figuración, viejas camisas
de serpiente ermitaña abandonadas
entre el haz y el envés de la memoria,
así, como una forma
soñada y repudiada por los sueños
que no quisimos ser y acaso fuimos.
O acaso fueran sólo ausencias
provocadas por ocultos miedos,
todas esas
formulaciones enfrentadas
al diseño desnudo que el espejo
nos arroja a la cara
como un dedo civil y acusatorio.
Padecemos ahora
esa indolencia tibia con que el tiempo
nos devuelve al camino. Sólo cambia
la madera que ardió aunque nos cueste
reconocerla en la ceniza.
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