Después de tanta envidia
a los durmientes, con la noche
en vela colgando de los ojos,
el trabajo soñado sin hacer y el alba
entrando muy despacio
en el asombro oscuro de la habitación
qué puedes esperar sino
decir adiós a la memoria una
vez y otra vez, borrosa
y amarilla la mirada
que soñó y no llegó a ver,
que llegó a sentir miedo y de ese miedo
sacó esta triste conclusión:
una brevísima gacela
suspendida en el salto, huyendo
a medias de sí misma, ese
era el sueño real, el que tanto
sosiego le robó a tus horas blancas.
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