domingo, 11 de marzo de 2018

Cada verano

Cada verano
regreso a ese lugar del miedo,
vengo a buscar bajo el misterio
de la luz aplacada una numérica
manera de entender el mundo. 

Miro la soledad, la luz encima
de todo,
los recuerdos que llegan de la mano
de algún rumor de pájaros, del tibio olor
a hierba ya segada, de un humo columpiándose
en el barandal del aire.

Y de repente siento el miedo
llegando muy despacio, casi
alba cortinera de esa continua noche
que limitó la infancia, 
no por oscuridad, sino por ansia,
por insatisfecha sensación de un aire
total amniotizándome de todo:

qué madre sin perfiles
vino a buscarme al centro
desorbitado del pavor y dijo
aquello tan consolador y musical
con olor a brasa tierna: canta
conmigo y volaremos.

Y así, cada verano
regreso a ese lugar y escucho
a todos esos pájaros que vuelan
con mi madre y conmigo hacia la nada.


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