La reclusión deriva hacia el calor,
estufa o chimenea ponen
en marcha el mecanismo
que hace crecer el alma, los humores
alcanzan madurez y a veces
simulan el goteo perezoso
de una resina alcanforada
capaz de conservar durante siglos
lo que ni el más extremo demiurgo
fuera capaz de imaginar.
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