Entendía el ocaso
como lo que en la escuela del color
es el recreo: un regocijo
donde los tonos cálidos apuran
el último brebaje de la hora
vesperal de la cena,
entonces era el dios
encargado de echar con luces altas
el telón del final, -los ángeles,
la envidia, o el eco del aplauso-,
después tendrá la noche
para olvidar sus miedos contemplando
la vibración dormida de las brasas.
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