En esa pausa vesperal
en que todo sonido se convierte
en velada advertencia
vi que el lobo
sobrevivía a nuestro acoso,
su mirada
sobrevolaba los embustes
de la sumisión y se erigía en símbolo
de una vecindad esquiva,
todo
lo que la costumbre arrastra
es mentido aluvión y queda
asomado a los ojos un atisbo
de desconfianza o de rencor.
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