Ahora oigo sonar ese desastre, ese
cuerno de dios teñido en rojo
como huracán de sangre. Dice
una verdad cortada, suena
a ceremonia de quemados y urge
a los mercenarios a sumarse
al manantial de las monedas
con que regó la arena del desierto.
Y no hay perdón, ya no habrá tregua,
no hay más dios que el que truena
sobre la debilidad de los trigales, ese
que prefiere la grasa al cereal
y exige sacrificios.
No he de cebarle yo, que coma
la carne del pastor y deje
en soledad a las ovejas
tan débiles, tan ciegas de resol
que nunca, nunca
podrán leer las cuatro letras
de esos fingidos nombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario