viernes, 3 de noviembre de 2017

Vi pasar el tiempo

Vi pasar muchas ovejas. Seguían un careo acostumbrado al que ningún pastor parecía guiar, como si estuviera diseñado por una voluntad oculta. Tres enormes mastines controlaban el despliegue del rebaño y de cuando en cuando manifestaban su aburrimiento con unos ladridos sin motivo, destinados a dejar constancia de su presencia a posibles intrusos. Decidí quedarme a la espera, pues, de seguir en la misma dirección que traían, no tardarían en alcanzar la collada en la que yo estaba. Y así ocurrió, pero no fue ninguno de los mastines quien me salió al encuentro, sino un macho cabrío veteado de almagre y carbón el que me hizo frente con su mirada de hipnótica frialdad. Permaneció inmóvil unos instantes y por fin golpeó el suelo varias veces con una de sus patas delanteras, en actitud  retadora. Yo recurrí a mi viejo truco de mantener la mirada, a la vez que esbozaba una sonrisa de ingenua suficiencia. Duró apenas un minuto, pero cuando el rebaño ya estaba lejos, me seguía persiguiendo la mirada del cabrón, que yo, algo tocado de inseguridad y miedo, terminé relacionando con una vieja leyenda que hablaba de envidias y agravios surgidos entre hermanos por el insidioso influjo de una fuerza oculta y superior.

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