jueves, 9 de noviembre de 2017

Otro año más

Hoy hace siete años, siete celebraciones, o mejor, siete conmemoraciones de la ausencia. A veces me pregunto si la casualidad puede llegar a modificar un carácter. Los juegos de la infancia eran tan satisfactorios porque contaban siempre con el límite del otro, ese que, real o imaginado, ponía en cuestión la oportunidad de lo que tú hacías y a veces hasta servía de estímulo a tu arrogancia para empeñarte en la búsqueda de la excelencia. Pero aquel duelo de amistad se quedó lejos. Tengo que hacer un gran esfuerzo para recordar algo de los días compartidos y lo que vislumbro me suena más a leyenda que a experiencia. Él era viento y yo fuego. Nos combatíamos por necesidad, pero al experimentar nuestra insuficiencia por separado, siempre acabábamos enzarzados en un fiero contacto, que no buscaba sangre sino hondura y calor de entraña.
Alguien con mala fe puso fin a la porfía y desde entonces la vida se cegó. Ni él está ni yo permanezco, como si nos hubieran encerrado en espacios paralelos, próximos pero incomunicados.

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