Salvada la inquietud, y la memoria
en su papel tranquilo de ajustarse
a lo real ya reposado y puesto
a secar en las cuerdas musicales
de un tiempo sin sonidos, comenzamos
a vernos como somos.
Estas noticia turbias que prosperan
como en un mal jardín en los periódicos
al abrir la jornada, no debieran
descompensar tu ritmo tapizado
de pereza y penumbra.
El día sigue siendo una pradera
que es preciso pisar, aunque al pisarla,
humilles la armonía de la hierba
y te sientas culpable. Cada brinco
vital del corazón se debe al sordo
trabajo de un sincrético organismo
que no busca fulgor sino eficacia.
Y eficaz es la vida, aunque no siempre
consiga superar la maniquea
confrontación en que la muerte
es la muralla a derribar. Esa muralla
se derrumba tan sólo cuando nadie
la acosa o la defiende, cuando cambia
su perfil de frontera por un simple
peaje hacia un difícil paraíso.
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