lunes, 27 de noviembre de 2017

Ficino dixit

Porque nada envejece
más lentamente que la forma
y nada más deprisa que la gracia.

Recuerdo aquella noche rescatada, 
como en un arrecife,
en la barra de un bar abarrotado
de humo y soledad. Sonaba el piano
con aire de tormenta apaciguada, 
olas tibias, salobres, como lágrimas
que vienen y se van. A mi lado
el singular Ficino, con su barba
de mercader fenicio, disertaba
sobre la obscenidad del tiempo, 
los agravios de la decrepitud en la figura,
mientras acunaba entre sus manos
un bourbon veintiún años,
esa vejez dorada y entrañable
que nos ayuda a soportar la nuestra.

De pronto una muchacha
-él la llamó figura-
fondeó junto a nosotros
su espectacular yate de lujo.
Un güisqui, pronunció, como quien hace
mención al combustible necesario
para una travesía, mientras algo
incoloro y fugaz reblandecía
el cuarzo de sus ojos.

¿Qué tienes que objetar, siguió Ficino
mirando hacia el espejo, toda gracia
se pierde o desperdicia como el agua
que llueve sobre el mar. No debería
seguir lloviendo sobre el mar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario