domingo, 12 de noviembre de 2017

Cazar mensaje

Aquel milano se me figuró como contrario. A pesar de su condición, parecía mejor adaptado a caminar. Sí, había llegado a mí rozando el vuelo, pero su porfía se centraba en simular esa torpeza que para un ave significan los pasos de los seres pedestres. Tomó tierra a más de veinte pasos sobre una roca plana y empezó a recorrerla balanceando grotescamente el cuerpo al ritmo de sus patas. Era una lengua de fuego gris disfrazada de pájaro empeñado en destacar un movimiento no regular, ni rítmico ni armónico. ¿Intentaba decirme algo?
Lo más llamativo de un ave rapaz que se te acerca a pasos lentos no es ni su mirada de oscura amenaza, ni su plumaje sobrio, ni el funcional diseño de su pico o de sus garras. Es su silencio, el modo primitivo de afirmar su oposición frente a ti. Yo descansaba bajo el árbol  de la colina y acaso fuera visto como invasor de un territorio ya acotado. Por el suelo había plumas y huellas de sangre seca, pero lo extraordinario era el nido de torcaz con pollos aún desnudos conviviendo con el temible cazador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario