Aún habrá que esperar
a un soleado día de mercado
para contemplar a las cerezas
exhibiendo su brillo, dando
envidia a los peludos
melocotones o burlándose
de esas uvas mustias sorprendidas
fuera de estación.
La luz parece divertirse
con ese juego tan perverso,
aunque se esfuerce en reducir
al mínimo la apuesta
del gusano y la mosca de la fruta
antes de mostrarnos los efectos
de la degradación: azúcares
como contrapartida de una gloria
nacida para no durar.
(Vista desde arriba
podríamos jurar que a la frutera
le ha crecido una sombra en el bigote,
aunque podría ser un rictus de disgusto).
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