Hágase correr mucha cerveza
hasta que la grava blanquecina
parezca oro, luego
entónense los cantos
rituales y que el coro
de los ciegos juglares ejecute
sus grotescas piruetas.
Imítese la gracia deshojada
de los borrachos cuando caen
como cerdos segados por el filo
de la guadaña medieval.
Al final pásese el cepillo.
Qué mejor argumento
para la homilía del domingo.
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