Regresa a ese lugar
que conoce tu nombre, marca
tu presencia con la voz, anúnciate
como boceto original, las lineas
que forman laberinto
en la piel de tus manos, unos
antojos de color que ya dejaron
los dolores antiguos a recaudo
de olvido y curación.
Y luego
puedes contarle a alguien esa historia
de las cigüeñas suspendidas
en un lento volteo de campanas,
antes
de que se contagien de la tonta
urgencia por marchar.
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