Sigue ardiendo con burla
el amaderado corazón,
depende
como el serrín antiguo
de la vejez de una carcoma
que perfora su alma,
añora
la ya lejana primavera
que amenizaba sus inviernos
-ahora ya perdurables-,
y tamborilea
sobre la tabla su impaciencia
por lo que no acaba de llegar.
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