viernes, 26 de enero de 2018

Un cuerpo

A ese bulto -ciego aún- le das
primero un no lugar, un reino
donde rendirle sumisión visual,
las formas hacen religión, adoran
en ritual primitivo lo que acaba
de nacer a los ojos y lo esculpen
en mármol o humo.
Y tras la adoración ya palpas cuerpo, 
das crédito al vacío y lo rellenas
de pensamiento o te limitas
a avivar el fuego -aún no pira-.

Más tarde sacrificas
en él una costumbre: todo
lo acostumbrado acaba por arder
como los días cálidos de agosto 
consumidos en lenta procesión 
o en piras patronales.

Al final nada escapa
al carnaval del fuego, todo es humo
del holocausto pirotécnico o música
de ruidosa liturgia en torno al ídolo
llevado por el viento.

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