Quién susurra a tu oído,
flor de otoño, ruina dócil
de una antigua belleza,
quién proclama, irreverente,
este galimatías de las formas
pujantes, aunque muertas y guardadas
entre algodones ácimos por esa
titubeante llama de la fe,
acaso el viento laico
y lagrimal del invierno llene
de ausencia tu coraje, viva
aún entre el ocaso
de los colores vivos,
oro
cargado ya de edad y de quilates
de ambigua ley, aunque empeñado
en mantener a flote las empresas
más ruinosas del mundo.
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