Quise alcanzar la cima inexpugnable
de aquel poema de Archibald MacLeish
sin cantimplora ni botella de oxígeno,
los árboles habían sucumbido a la enfermedad de la quietud,
se habían atrevido a mirar atrás y contrajeron
la lepra silenciosa de la mujer de Lot y su mirada hueca
aunque no exenta de misericordia,
las horas colgaban de la nada igual que estalactitas
de una humedad feroz que se dejaba lamer por los rebaños
de cabras del desierto y a veces retomaba
su rumor de manantial con el que los beduinos
combatían el acoso incurable de la sed,
copié el poema en pergamino con sangre de marmota
y lo dejé debajo de la almohada
creyendo que entraría en mi memoria a través de la brecha
dejada en la conciencia por la soledad,
pero quedó sólo la teoría de lo irreductible,
un agua mineral y oscura recorriendo
las arenas ardientes del desierto, la sombra fósil
de los árboles y el collar de dientes de chacal
que me hacía soñar con la ventana que daba al otro lado.
Zona B:
No descansar, no darse tregua hasta que los causantes de este genocidio acaben en prisión y los pobladores de esa tierra vuelvan a mirarse, no digo con amor, pero sí con respeto y tolerancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario