Padecí durante un tiempo
una enfermiza devoción por la zoología,
cogía flores en el prado y sus nombre eran
gran dragón, delmantis, salmodendro, dulce
corazón de gúrgula o acid de víbora, todo
rastrero y animal venido a menos, con un toque
festivo aunque fuertemente anestesiado
por el aire tóxico de su origen,
mi amigo el farmacéutico ponía en orden taxonómico
el pedigrí de cada especie, decía que el aroma
amarillo era el oscuro equivalente de la dolencia hepática,
que el rojo recorría en profundidad el alma vermiforme
de los cardos y el verde confundía la parte con el todo
al ofrecerse como sufrida alfombra
en la reunión social de primavera, sólo el negro
afrutado de la pasiflora con el dolor escrito en caracteres
cirílicos -una letra al final de cada punta-
resistía con la terquedad de un Rasputín ya anciano
el quirúrgico afán del bisturí, dejando que expusieran
al aire su infernal anatomía como si fuera el texto resumido
de una colosal revelación.
Zona B:
Es llegada la hora de interpretar en sus orígenes la secreta ambición del sionismo de dominarlo todo, David vence a un Goliat más grande, Judit rebana la cabeza al temible Holofernes, Débora profetizando pírricas victorias, Gedeón destruye a todos sus vecinos -Madian, Oreb y Zeeb- con el apoyo del dios todopoderoso adorado en Wall Street. Nada puede ocurrirle teniendo a un dios tan pérfido a su lado.
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