No hay que hacer aspavientos
a lo dormido, sólo a aquello
que se despereza y abre
los ojos turbiamente al alba
de los contornos cotidianos,
uno dice
con aviesa voz el buenos días de cartón,
exhala la acidez de la noche y mira
la huida apresurada de los sueños oscuros,
fuera, fuera,
que se desangre en seco
cualquier vestigio de conformidad.
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