A veces viene a mí
el silencio locuaz de la deshora,
un tiempo flojo, desmigado
en minutos tan feroces
que me parecen horas
de eternidad contemplativa,
luego suele
sonar a muerto el gran reloj
de péndulo, campanas
de un metal asordinado,
tieso y alto
como el enterrador de hamlet.
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