No he llegado nunca a la ensoñación del hilo
que a fuerza de volar hace tapiz,
ni siquiera al engaño más fácil del ovillo:
toda la largura soñada en un redondo
simulacro de esfera que ni a rodar alcanza,
tuve entre manos las enormes agujas de penélope,
y, tras horas de práctica nocturna
deshaciendo la nada, me ha quedado
este vacío de canal por donde fluye
el vivaz arroyo de la imaginación.
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