Sigo con los ojos la deriva caprichosa
de una pelusa de álamo,
ella no mira abajo ni siquiera tiene voluntad
para oponerse al viento y darle
el nombre de capricho a esa tortura
tan mareante de subir, bajar,
hacer mil veces un recorrido inútil
para acabar acaso entre las babas
de un perro juguetón que la persigue
confundida con una mariposa.
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